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viernes, 16 de diciembre de 2011

URTAIN

De Urtain guardo un vago recuerdo de los años ’80, alguna aparición en algún programa que veían mis padres. Un señor grande que hablaba un poco raro, como sin acabar las frases. Tenía la nariz aplastada. “Hay que ver, cómo han abandonado todos a éste; se iba a comer el mundo”, comentaba mi padre.

El siguiente recuerdo de Urtain es el de su muerte, ese suicidio que salió en el telediario subrayado por una imagen de una manta parduzca cubriendo un tipo en el suelo. Decían que ese que estaba debajo era lo que quedaba de un hombre acosado por los acreedores y abandonado por sus amigos.

Hasta anoche Urtain no había vuelto a ser familiar; conocía la existencia de la obra de teatro. Pero ayer realmente consiguió tomar forma. Debo confesarme completamente impresionado por esta obra. No puedo atribuirlo a nada concreto, sino al conjunto como manifestación total. Me dejó realmente conmovido, quizás sea el término exacto. Y a pesar de emitirse por la tele.

Cuando la obra llegó al final apagué la tele rodeado por un silencio que, de repente, se había vuelto pesado y un tanto asfixiante, como el silencio de un duelo por un muerto. Y es que la obra presenta al boxeador como una persona de pocas luces pero luchadora, confiada y engañada por todos o casi todos los que le rodean, egoísta en el éxito, cautiva de un entorno que no es el suyo, invadido casi desde el principio de su carrera por una especie de tristeza insondable. En una crítica que leí definían al personaje como un juguete roto, despreciado y abandonado sin remedio. No puedo definirlo mejor.

Esta mañana he buscado algunas fotos del gigante de barro, alguna referencia. Un ídolo que llegó a lo más alto y el propio éxito se encargó de aniquilarlo. Podéis pensar que me obsesiono, pero resulta inquietante la similitud entre la carrera de Urtain y la crisis por la que estamos atravesando. Esperemos que al pais no le dé por saltar de la ventana.


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